CAPITULO 1
Cuando echo la vista atrás siempre me vienen a la mente las
mismas imágenes. Recuerdos. La memoria de la que tanto hacemos uso, y la que en
los peores momentos nos juega malas pasadas, es la que últimamente no se va de
mi cabeza. No sé si será porque con el paso de los años tememos olvidarla e
involuntariamente la traemos a nosotros una y otra vez, o que afortunadamente no
quiere abandonarnos. El caso es que ella solita me trae el recuerdo de mi
niñez, de amigos del colegio, de profesores, de tardes de lluvia a
través de los cristales, de veranos quemados por el sol, de muchos buenos
momentos e incluso de los no tan buenos. Y es que, aunque lejana, la niñez es
parte de ti, de uno mismo, la llevas contigo de por vida, cuelga de tu mano y no te abandona jamás. No dejes que lo haga, llévala
siempre contigo. Tengo suerte porque tuve una infancia feliz y no todo el
mundo puede decir lo mismo. Es una pena,
pero es así. Dicen que la imagen es el reflejo del alma, y yo digo que es
verdad, pero además me atrevo a decir, que la niñez también lo es.
Me he mudado de casa en tres ocasiones,
una cuando mis padres se trasladaron a otra más grande, la segunda cuando me
independicé y la tercera es en la que vivo ahora. Un bonito chalet
en la sierra rodeado de fresnos, montaña y vegetación a raudales. ¿Y cuál es la
casa que aparece en todos mis sueños? Siempre la misma. La casa que me vio
crecer, la que a pesar de los años sigue estando ahí contra viento y marea, pero que yo la recuerdo más lejana y pequeña cada vez. Es la casa desde
la que iba al colegio cada mañana, en la que reí y peleé con mis hermanos, en
la que lloré lo indecible cuando las cosas no salían bien, en la que aprendí
a leer y a escribir, es la casa en la que los Reyes Magos olvidaron dejar
aquellos preciosos patines en mis zapatos durante las Navidades del 82, (lo sé, año de Naranjito y sus Mundiales), pero en
la que al año siguiente se cuidaron muy mucho de dejar la bicicleta azul. La
casa que supo de mis llegadas después de una noche de fiesta, la que me vio
soñar con los ojos abiertos y la que por contrapartida me vio llorar cuando aquellos
sueños no eran como los había imaginado. Por supuesto es la casa que ha
visto aprobados y buenas notas, pero que después se convirtieron en no tan buenas, de hecho, pasaron de buenas a nefastas.
La que me vio estudiar o hacer que estudiaba, y la que me vio dormir sobre el
libro de Historia del Arte. Esa es mi casa, la casa de toda una vida, la que
siempre se apodera de mí, de mis sueños y la que por muchos años que pasen
siempre se adueñará de lo que un día fue suyo. Quién sabe, quizá ahora
también lo sea y yo no lo sepa.
Y hasta aquí el primer capítulo de Rojo Cereza. ¿Recordáis vuestra niñez? Seguro que sí...
Besos y feliz viernes
hola
ResponderEliminargracias por compartir la novela, estaré atenta a tus siguientes entradas...
Besotesssssssssssssss